Impunidad
Tres formas de opresión en el asesinato de Marcelina Meneses: género, raza y clase
A 10 años de ser arrojada de un tren junto a su hijo Josué, el colectivo Ni una Migrante Menos realizó una actividad de visibilización en la estación Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.
El 10 de enero de 2001, Marcelina Meneses fue asesinada junto a su hijo Josué de diez meses, tras ser arrojada del tren Roca cerca de la estación Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Desde aquel entonces distintas organizaciones que nuclean a migrantes vienen reclamando justicia, pero aún los culpables gozan de total impunidad. El pasado domingo se cumplieron 10 años de su asesinato y el colectivo Ni una Migrante Menos llevó a cabo una jornada para visibilizar que el racismo mata.
Marcelina tenía 31 años, y ese día se encontraba viajando con dirección a Capital Federal para llevar a su hijo al médico. Cuando intentó acercarse a la puerta del tren para bajar, rozó a otro pasajero quien comenzó a insultarla diciéndole “boliviana de mierda, ¿no ves por donde caminas?”. El resto de las personas que iban en el vagón no solo no frenaron este ataque sino que se unieron con más agresiones discriminatorias y xenófobas. Cuando Marcelina logró acercarse a la puerta, una persona la empujó y ella junto a su hijo cayeron a las vías del tren aun en movimiento.
El caso de Marcelina combina distintas formas de opresión: la de ser mujer (género), la de ser migrante (raza) y la de ser pobre (clase). Esto hace que su experiencia de vida, como la de tantas otras migrantes, este atravesada por formas de violencia, discriminación y racismo particulares y distintas a las que sufren otras identidades. En la página de Facebook del colectivo Ni una Migrante Menos dicen “Después de vivir violencias machistas en nuestros países, al llegar a un nuevo país de nuestra América, volvemos a vivir situaciones similares, con el agravante de que nos vemos mayormente expuestas debido a nuestra condición de migrantes” y agregan que para derrotar al patriarcado “estamos convencidas de que la lucha feminista debe trascender fronteras”.
En otras palabras, lo que plantean es que en sus propios países las violencias machistas existen por parte de varones de su misma comunidad y su misma condición de clase. Pero al migrar a otras regiones, la condición de vulnerabilidad se vuelve aún mayor cuando estas mujeres se enfrentan a la idea de superioridad del varón blanco heterosexual. Peor aún sería su situación si además son lesbianas, travestis, bisexuales o personas no binarias.
Es decir que las distintas formas de violencia se van combinando y dan como resultado una experiencia de vida y ciertos condicionamientos diferentes. Para las mujeres bolivianas pobres, por ejemplo, es mucho más difícil conseguir un trabajo en blanco o acceder a la salud y la educación, ya que en esos espacios la discriminación aún hoy es recurrente.
Cuando Marcelina se trasladaba en el tren junto a su hijo, nadie le cedió el asiento, e iba cargada de bolsones de comida. Ella como tantas otras, se había organizado para cumplir con las tareas de cuidado que culturalmente se asignan a las mujeres. Había salido temprano desde su casa ya cargada con lo necesario para alimentar a su familia y recorrería toda la ciudad y el conurbano en el transporte público abarrotado de gente.
Seguramente, en el mismo tren habría otros varones pobres y migrantes, pero a pesar de que ellos también reciben las consecuencias innegables de la discriminación, sus experiencias no son las mismas que las de las mujeres.
Por eso, como dice el Colectivo Ni una Migrante Menos, el feminismo tiene que trascender fronteras, pero además debe ser un feminismo antirracista y anticapitalista que pueda visibilizar las distintas formas de opresión. Ese es el feminismo popular que de a poco debe crecer desde los movimientos sociales.