La Plata
Toda inundación es política: 10 años de lucha y resistencia
Frente a un hito clave que dejó al descubierto la desidia del Estado, distintas voces de compañerxs del FOL recuperan la importancia de la organización popular.
Diez años después de la inundación aún quedan marcas. Las imágenes, los sonidos, los olores y la angustia acuden a la memoria de lxs compañerxs del FOL, en aquel momento, movimiento 7 de abril. En La Plata el 2 de abril es una herida, una huella que no puede ser borrada porque fue una catástrofe que podría haberse evitado. Hubo pérdidas materiales y humanas.
Recuperamos cuatro testimonios de compas de distintos barrios que recuerdan ese pedacito de la historia que marcó un antes y después, y en todos los casos fortaleció la idea de que organizarse es la única salida para construir una vida más digna.
Nos atravesó un río
La lluvia comenzó por la tarde y lo que en un principio parecía ser algo cotidiano, pronto se volvió preocupante. “Fue un día horrible (…) yo estaba en casa con los nenes, y caía agua sin parar. Les dije a los chicos ‘vamos adentro porque está lloviendo demasiado fuerte’” recuerda Blanca, del barrio Altos de San Lorenzo.
En cuatro horas cayeron 392 milímetros, y en algunas zonas el agua llegó a más de dos metros de altura y permaneció en las viviendas varias horas sin encontrar por donde escurrirse entre tanto edificio, entre tanta construcción, entre tanta cantera y basura sin juntar.
Blanca junto a su marido habían logrado construir una habitación de material que estaba más alta que el resto de la casa. Fue allí donde se metió con toda su familia y con los hijos del vecino que apenas tenía una casilla ya sumergida casi por completo.
“Al rato se me ocurrió ir al baño, salí a la cocina y me topé con el agua, hasta la rodilla (…). No sabes el susto que yo me pegué. Mire por todos lados, la heladera tenía hasta la mitad del agua, la cocina, la mesa, todos los juguetes de los nenes flotando”.
La tragedia afectó a toda la ciudad, a lxs del centro y a lxs de las afueras. El partido de La Plata está atravesado por alrededor de 10 arroyos, por lo cual ese paisaje hídrico, sumado a la falta de obras de infraestructura y una ciudad que crece de forma acelerada y sin planificación, hace que la zona tenga muchas probabilidades de sufrir estos acontecimientos.
“De repente la gente ponía sogas para salir a buscar ayuda. Mi hijo salió a rescatar a una familia y casi se lo lleva la corriente de agua. Llovió fuerte, fueron unas horas nada más pero eso alcanzó a desbordar las zanjas del barrio. Esa noche no dormimos, amanecimos sentadas, escuchamos gritos de llanto de mi vecina que le llegó la noticia de que habían muerto todos, una familia entera. Era el fin del mundo” dice Lidia que vive en el barrio El Carmen, en la franja que separa la ciudad de Berisso de La Plata.
Situación similar vivió Norma, del barrio Aeropuerto al este de la ciudad platense. “Mi casa estaba a la mitad de agua. El más chico de mis hijos casi se ahoga, lo atajaron los vecinos porque se lo estaba llevando la corriente” dice.
En el caso de Gabriel, del barrio El Mercadito, la desidia estatal ya era evidente desde hace años. Casi todxs sus vecinxs pasaron la inundación en sus casillas, teniendo en frente de sus ojos un plan de viviendas a medio terminar y que podría haber sido un mejor refugio. Las casas a las cuales les faltaban las aberturas, las conexiones eléctricas, en algunos casos el techo o el piso, ya estaban asignadas con nombre y apellido, pero nunca se habían podido habitar.
La mayor parte de los relatos de aquel momento coinciden en lo mismo: nadie del gobierno acudió a ayudarlxs, la evacuación estuvo a cargo principalmente de lxs vecinxs que entre la desesperación por sobrevivir y la solidaridad tejieron redes, se acompañaron y sostuvieron hasta que pasó la tormenta.
El Servicio Meteorológico Nacional no había dado la alarma por las fuertes precipitaciones; el 911 se encontraba desactivado, y las fuerzas de defensa civil, tanto municipales como provinciales no tenían un plan de contingencia sabiendo que La Plata era una zona inundable. Para peor, el intendente Pablo Bruera se encontraba en Brasil y mintió por las redes diciendo que estaba recorriendo los barrios y centros de evacuación que para ese momento no existían.
La organización popular: un salvavidas en medio de la tormenta
Ante semejante tragedia los clubes de barrio, los centros culturales, las escuelas, los comedores y las casas que se habían salvado de pura suerte, abrieron sus puertas como refugio para quienes habían perdido todo.
Si bien reinaba un clima de angustia y desesperanza, la reconstrucción de la ciudad y de la vida misma comenzó por la mañana. Había que seguir, ayudar a limpiar, conseguir donaciones, reparar lo dañado, buscar a lxs desaparecidxs y a lxs que no habían sobrevivido, enjuagarse las lágrimas y ponerse en marcha. Había que identificar a lxs responsables y todos los dedos apuntaban al Estado.
Por aquella época el movimiento 7 de abril tenía poco tiempo de desarrollo. Habían empezado con un grupo de vecinxs en el año 2011 en la zona de Altos de San Lorenzo, con un comedor que decidieron llamar “Casa Compartida”. Luego habían hecho contacto con otras vecinas y habían armado un comedor a diez cuadras y más tarde otro en barrio Aeropuerto. Entre los tres llegaban a unas 60 personas, pero esa mañana se volvieron un factor clave para organizar la bronca. Un grupo comenzó a recorrer casa por casa, preguntar que se necesitaba, dar una mano, y empezar a pinchar a la gente para salir a la calle.
“La delegación dijo ‘vamos a esperar a hablar con el gobernador’, y después decían que iban a llegar colchones para la noche. ¿Y qué va a llegar? Recién a las 12 de la noche mandaron 5 o 6 colchones, pero no alcanzó para nada si éramos un montón en el barrio y estábamos todos en la misma” recuerda Blanca.
Por eso, al mediodía ya se habían juntado unas 100 personas que marcharon rumbo al ministerio de Desarrollo Social ubicado en pleno centro de la ciudad. Al llegar la imagen fue el fiel reflejo de la noche anterior: las puertas cerradas y ni un funcionarix que pudiera dar una respuesta. Decidieron redireccionar el reclamo y dirigirse al Municipio que está a pocas cuadras de allí. Pero se encontraron con el mismo panorama y entonces decidieron cortar la calle. Así, a través de la protesta, fue que empezaron a conseguir los primeros recursos de asistencia por parte del Estado y también algunas donaciones de otros espacios.
El trabajo solidario en los barrios se extendió por semanas. Las ollas populares que se sostuvieron día y noche fueron claves para la mayor parte de las familias. “Empezamos haciendo una copa de leche y después con la ayuda de los mismos vecinos, con un poquito de carne y verduras se empezó a hacer la olla” dice Lidia, que en ese marco conoció al Movimiento 7 de Abril/FOL y entre un grupo de vecinxs empezaron a armar un nuevo centro comunitario.
Así de boca en boca, o a través de algunx vecinx que tenía conocidxs en otros barrios, la organización se fue expandiendo a otras zonas como Tolosa, El Carmen y El Mercadito. En este último caso, además de las ollas y las donaciones, lxs vecinxs retomaron la lucha para exigir que se terminen sus viviendas.
“No estábamos organizados, en lo personal fue en ese momento que conozco a los compas del FOL en ese momento movimiento 7 de abril. Armamos una asamblea, nació así natural. Ahí empezamos a preguntarnos cuál era la empresa constructora y se organizó un grupo de vecinos para ir hasta la empresa, otro a la oficina del instituto de la vivienda, al municipio, y como fue una gran catástrofe tuvimos respuesta y vinieron y terminaron las casas. Así nos formamos organizativamente” recuerda Gabriel.
A partir de un hecho trágico, pudieron entender y visualizar la importancia de organizarse colectivamente para superar los problemas. “Yo aprendí muchas cosas, el valor de las personas, de las mujeres. Aprendí la lucha. Muy importante luchar para ganar, siempre firmes para no retroceder, siempre de frente” dice Blanca con convicción y agrega que “el Estado siempre te da un poquito para cerrarte el pico, peleando es que tenemos que conseguir algo”.
En el caso de Norma, expresa que estar organizada le abrió los ojos, la sacó de la “ceguera”. Ella como migrante paraguaya tenía “miedo para hablar, para decir las cosas, entendí muchas cosas, no quedarme callada cuando no es justo”. En aquel momento junto a sus compañeras de asamblea pudieron ayudar a muchas familias, “la gente se apoyó en nosotros para la alimentación, conseguir ropa, apoyo psicológico. Fueron muchos logros”.
Pese a la impunidad con la que se cubrió a los principales responsables del gobierno, a la falta de justicia que aún hoy reclaman desde los barrios, las asambleas de inundadxs y lxs familiares, la experiencia traumática vivida aquel 12 de abril se transformó en una bandera de lucha. Para muchxs compañerxs del Movimiento 7 de Abril/FOL fue el primer espacio de militancia. Un grupo que lxs contuvo y que lxs puso como protagonistas a la hora de dar batalla por una transformación, que incluso con el tiempo excedió lo específico de la inundación y se volvió un camino para salir a la superficie.